Ayer viví varias cosas fuera de lo común. Las tres más destacables fueron las siguientes:
- No tomé café.
- Me vacuné del covid.
- Me quedé dormido antes de las 22.00 y he dormido como un señor con bigote.
Puede que te estés preguntando: ¿A dónde quiero llegar? ¿Qué relación tiene esto con el título? O dicho de otro modo: ¿Qué puta mierda me estás contando?
A lo que, con una visible mueca de irritación a causa de tu impaciencia, te respondo: trato de ponerle un poco de contexto a lo que voy a contar a continuación.
El caso es que hoy me levanté antes de las 4:00.

Y, aunque parezca sorprendente, son las 10:00, tampoco he tomado café y estoy PUTOBIEN.
A causa del estado un poco “desatado in crescendo” en el que me estaba encontrando estos últimos días -¿o acaso han sido años?-, una voz interior me iba haciendo sugerencias, algunas demasiados enajenadas y obsesivas, y otras con respetable sentido.
Así que acogí una de estas sugerencias (no sin antes una cuantiosa dosis de resistencia), la de no tomar café.
Es cierto que ese estado de “calma que precede a la tormenta” lo siento por un cúmulo de cositas, por lo que no es debido al café o a un motivo en concreto (aunque siempre suele haber un pilar). Sin embargo, aún teniendo en cuenta esto, cada vez voy teniendo más claro que el café me hace más mal que bien.
Tomar esta bebida me eleva en una unidad la escala Saffir Simpson en la que me encuentre. Esta escala mide la intensidad del viento de los huracanes, y va del 1 al 5. Y en estos tiempos diría que, sin café, estaba coqueteando con la categoría 3.
Ahh… el café. Ese doping amoroso.
Tal es el amor por el “momento del café”.
Tal es el enganche a su efecto dopante.
¿Cómo me encuentro?
Me encuentro bien, me cago en dios. Puñetazos a osos y a velocidad supersónica. Justo lo que presuntamente me da el café. ¿Entonces lo del café es pura sugestión?
Pues de ahí el contexto anterior… Además, no le he puesto azúcar al café descafeinado que degusté a las 6:30. A estas alturas lo tengo bastante claro: no es “moco de pavo” la diferencia entre echarse azúcar y no hacerlo, especialmente si estamos cansados. Creo que nuestra estabilidad emocional y energética a veces se ve mucho más afectada de lo que somos conscientes. Al menos en mi caso.
Dicho esto, no podemos afirmar que el café no me haga efecto solo porque esta mañana, sin café ni azúcar, me encuentre montando en un dragón de cincuenta y siete metros de largo.
Y no pasa desapercibido que, a lomos de este dragoncillo, voy degollando, con una espada de seis metros de largo y medio de ancho, al miedo y las lamentaciones.
El dragón mientras, a petición mía, calcina al escabroso sobrepensamiento.

Al grano
De acuerdo, me he metido un rollo y realmente no he hablado del título, enredándome con mi adicción al café y otras elucubraciones. Lo cual no quita que estén relacionadas con el tema principal… Pero no son el tema principal.
La cuestión es que, a horas presuntamente infames (4-6 de la mañana), y especialmente cuando transito algún lugar, suelo sentirme en un mundo de fantasía. Hay algo mágico y misterioso que me conecta conmigo mismo y con la nada. Me aleja del ruido.
La oscuridad, el silencio, la quietud… La gloria.

En este rato celestial uno puede presuponer que es cuando más necesitaremos un café. ¡Y no! Sin café ni ostias me adentro en la divina conexión, que alguna vez toma la forma de la diosa de la serenidad, y otras, en su forma del dios de la destrucción, es puro fuego, una determinación sin límites. Puñetazos a osos y a velocidad supersónica.
Como apoyo ilustrativo, adjunto 2 stickers que dibujé en su día, una representación aproximada de este enlace con los dioses.

Diosa de la Serenidad

Dios de la Destrucción
También incluyo 3 páginas protagonizadas por el eterno Sanji. Las 3 describen fragmentos de mi fuego ardiente cuando estoy en modo mataosos.
En síntesis
A las 5 de la mañana, tras haber dormido como lo hacían los primeros hombres, nada ocurre y todo es.
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